Cualquier cosa que nos rodease desaparecía cuando compartíamos esos momentos. Sujetó mi cintura acercándome a él sin dejar de mirarme a los ojos, sonriendo. Me ponía muy nerviosa, pero él sabía perfectamente que aquel juego de lentitud y espera hacía que yo lo deseara aún más. Le gustaba provocarme, y a mí me gustaba que lo hiciera. Me besó de manera suave, lentamente, saboreando cada roce de nuestros labios, como si nunca lo hubiéramos hecho, como si fuera la primera o la última vez. Y me sentí pequeña y grande a la vez, y supe que, a pesar de mis dudas y mis miedos, no podía perder todo aquello que sentía estando con él. Ese beso me supo a despedida, porque dejaba atrás parte de esos miedos y también era un comienzo nuevo, y es que aún no lo sabíamos, pero aquella tarde y después de aquel beso, nuestra relación cambió.
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