Extrañamente, hay ocasiones en que me siento en la Luna, mirando desde ahí aquello que sería mi Tierra. Estoy lejos, pensando: ¿Qué soy?, ¿Quién soy?, ¿Por qué y por quién soy?
Desde la lejanía, fría y vacía, casi ningún sentimiento parece florecer y sobrevivir a mi invierno.
Desde ahí, la Tierra no parece traer muchas más sorpresas de las que yo oculto bajo la blanca y misteriosa superficie.
¿Que será mi atractivo la soledad?, ¿Que mis fases resultan intrigantes, emocionantes o impactantes al ojo humano?
No soy más que esto, un satélite que irremediablemente está atado a la Tierra. Me encuentro colgada en el espacio, flotando hacia donde la gravedad me lleva, ejerciendo fuerza sobre las olas y sobre la vida de aquellos que habitan esa Tierra que, cálida y desconocida, azul e incomprensible, logra sobrecoger mi alma día a día, cruelmente.