La familia Quaqmire se ve obligada a salir de las profundidades del océano cuando al padre, quién es el director del Concejo Supremo de Seres Acuáticos, le es encargada una tarea que requiere de constante y minuciosa atención sobre los humanos. Las diez hijas de la familia y el padre Arthur no sólo deben dejar su hogar, también tienen que camuflarse entre los humanos y adaptarse a un nuevo mundo donde muchas cosas son peligrosas para ellos: desde los cazadores hasta las canciones o los rayos de sol. Este cambio de escenario no atormenta a Emerald como sí lo hace con siete de sus nueva hermanas, ella no está temerosa de los humanos, a pesar de lo que han escuchado y lo que ella misma ha visto, cree que hay bondad en sus corazones, después de todo debe haber una razón por la que muchas de sus compañeras sirenas los han protegido por siglos, algunas incluso a costo de su vida. Además, ella está convencida de que su padre no las expondría a ellas y así mismo a tal cambio si la misión asignada a él no fuera tan importante. La situación de pesca por ocio y contaminación de mares, océanos y playas es tan critica como para llegar al punto de requerir su constante presencia y vigilancia en tierra. Eso es lo que su padre dice y Emerald confía plenamente en él. También confía en el chico con el que se topa por azar y que parece ver más allá de su encanto, él parece verla realmente a ella. Sin embargo, algunas veces confiar demasiado en las personas puede no ser lo mejor... Estando rodeada de humanos es una lección que a ella y su familia les conviene aprender pronto. «Porque la confianza plena puede ser tan letal como el canto de una sirena»