Seguí bailando al ritmo de la música clásica que emitían los audífonos de mi reproductor de música que se amoldaba perfectamente a la tela esponjosa del Tutu, pero vi unas grandes luces intermitentes y cegadoras, era de esperarse, mi fin había llegado, el tren se llevaría mi alma junto con mis sueños.
Lo único que me limite a hacer, fue ponerme en puntas y sentir el choque del tren en mi cuerpo, ¡sí!, iba a suicidarme, aun cuando tenía la oportunidad de seguir viva, pero ¿para que seguir viva cuando tienes un padre que te obliga a hacer lo que no eres? ¿Cuándo tu madre no te apoya y simplemente agacha su mirada al ver tus suplicas? Y, ¿si moría haciendo lo que más me gustaba?
El ballet.