Stan era solitario, pero social. Apático, pero agradable. Silencioso, pero conversador. Un mar de discordancias hecho persona, con un montón de defectos, desaciertos, y características dignas de alguien que, ciertamente, aún no se conocía a la perfección. Sin embargo, había una cosa que era clara, y ese era el cariño (y, por qué no, dependencia) hacia sus mejores amigos. Especialmente Kyle. Pero la adolescencia les había golpeado a cada uno por su lado, y tras el encuentro individual con pasatiempos personales es que, poco a poco, Stan observa en primera persona cómo se van separando hasta el punto en que no hay lugar de encuentro, ni conversación que les una como alguna vez ocurrió en su pasado. Preso de la nostalgia y del recuerdo, Stan se aísla dentro de su propia burbuja para asimilar en depresión esa soledad a la que tanto le temía, a la que tanto le rezó a ese Dios en el que nunca creyó para que sus amigos jamás le dejasen. Hundido en la miseria, no parece haber nada que le distraiga ni haga feliz... hasta que, sin quererlo, Craig parecía ser la única persona en su día con quien conversaba de vez en cuando. Quizás lo suficiente como para volverse amigos, y quizás lo suficiente para que se volviesen un poquito más que eso. (Créditos a la artista del dibujo, @emilyartstudios en instagram)
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