Cuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, elementales, demonios y todos y cada uno de ellos tenían como objetivo principal darle caza viva o muerta. Sobrevivir parecía improbable pero, en esa cacería, existía una dualidad totalmente opuesta: Guardianes, Caminantes, Vacíos, Legionarios y Elementales. Todos y cada uno de ellos más o menos dispuestos a mantenerla viva y lejos del enemigo. O a matarla antes. Gordon formaba parte de un ejército que se había formado con razones egoístas y había servido siempre fielmente a sus principios: Destruir, matar, combatir y continuar adelante. E incluso en los momentos más oscuros de su existencia, cuando su vida no podía estar más sometida al caos, no estaba dispuesto a dar un gramo de su voluntad por transigir con la única criatura que estaba evocada a salvarlos o destruirlos a todos: El Oráculo. Una reencarnación de un pequeño pedazo insignificante, pero útil para la guerra. Una carta. Una ficha ganadora. Una muchacha insignificante, pusilánime y poca cosa. Y él tenía que protegerla. ¿Pero qué ocurriría si, las dos personas que menos se toleraban en la existencia, estaban condenadas o destinadas a ser uno? De entre todas las posibilidades: Un alma. Un único alma afín. Un regalo de los Creadores para paliar el dolor de la eternidad. Una humana. La humana. Su humana. Y él estaba condenado a perderla. ©Todos los derechos reservados. Actualización: Inminente.
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