- Más que una leyenda es un mito, Una chica joven y muy peligrosa, rica y poderosa, muy pocos saben su identidad - relata el viejo anciano mirando por la ventana - una chica hermosa, casi perfecta e igualmente letal
-¿Dónde vivía? ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era? - la pequeña niña ataca a su abuelo con preguntas sobre aquella mujer misteriosa.
El hombre sólo se ríe al escuchar a su nieta tan interesada sobre la historia que les contará - Tranquila pequeña, te contaré todo lo que quieras saber - la sonrisa de la niña de cabellos rubios hace sonreír más al hombre de cabellos rubios con destellos blancos - Nadie sabía nada de ella, ni su nombre, nacionalidad, nada, solo su género, muy pocas personas se podían contactar con ella, en realidad, solo una familia por cada país tenia su número, La familia más grande y poderosa de la élite nacional, se rumoraba que ella no vivía en un solo lugar, ella aparecía donde y cuando la necesitaban, hacía su trabajo y se iba sin dejar rastro.
-¿Cuál era su trabajo? - pregunta el adolescente, que hasta ahora se había mantenido al margen de la historia, un poco intrigado por la historia de su abuelo.
El Hombre sonrió - No era chica de un solo trabajo, era Sicaria, empresaria, estudió unos años medicina pero no acabó y se rumora que es la dueña y señora de las mafias más poderosas de cada continente - la mirada del hombre se tiñe a de brillo increíble al nombrar las siguientes palabras - se hacía llamar, La Emperatriz del Subterráneo.
A veces, la vida duele más de lo que las palabras pueden explicar. Ella lo sabía bien. Cada mañana era una lucha contra sus propios pensamientos, una guerra silenciosa en la que siempre salía herida. La ansiedad la estrangulaba desde dentro, y el mundo a su alrededor parecía indiferente. Nadie imaginaba que detrás de su mirada vacía se escondía un infierno: el monstruo que vivía bajo el mismo techo, le había robado la inocencia y la calma.
Una tarde, todo colapsó. En medio de un ataque de pánico en los pasillos del instituto, cayó al suelo temblando, incapaz de respirar. Un chico de mirada intensa y silenciosa, que no dijo nada pero se arrodilló a su lado y le sostuvo la mano. Había algo en él... una oscuridad parecida a la suya.
Lo que no sabía era que aquel desconocido no era cualquier chico Cargaba con sus propios demonios, cicatrices invisibles que lo hacían diferente a todos los demás. Y sin saber por qué, decidió que quería ayudarla. Porque a veces, las almas rotas se reconocen entre sí.