Era una tarde de verano y el sol chispeante amenazaba con abrasar la comuna trece donde vivía desde hacía seis años el pequeño Tomás. Estoy por creer que su padre lo envió, sediento por el calor de aquel día, a comprar unas cervezas que mitigaran los ardientes rayos que azotaban a eso de las doce y cuarto del medio día. Tomás jamás regresó. Lo encontraron cerca de un matorral, yacía descompuesto, desnudo y bocabajo. La sangre que emanaba de su recto estaba seca, Tomás forcejeó con el diantre, aunque se lamentó por no haber llevado las cervezas a su padre.