La Era de los Revolucionarios.

En aquel edificio de piedra se encontraba un grupo de personas encapuchadas por una túnica aterciopelada morada. Dispuestos a celebrar el traspaso de poder: de un hombre, ya, canoso y sabio a una joven, pero no inocente chica.
Estas dos personas se disponían en medio del santuario, donde un círculo formado por los otros componentes los rodeaba.
- Querida y dulce niña, ¿estás preparada para tomar el mandato de, esta, nuestra creencia? - le preguntó el anciano que se acercó a ella con ímpetu - ¿Nos honrarás a nosotros, los antiguos? ¿Llevarás este levantamiento hacia la victoria?
- Sí, antiguo, lo haré - miró hacia su alrededor, tomó aire y gritó - Juro que defenderé este reino, aunque me cueste la vida. O aún peor, la de mis seres queridos. Porque eso es lo que hace un soberano; anteponer las necesidades a los sentimientos, sentimientos que se fueron para no volver, nunca más - hizo énfasis en esas últimas palabras pronunciadas.
- ¿Estarás a la altura de nuestro primer comandante?
- Con todos mis respetos - se giró al hombre - Le dejaré a la altura del mar oscuro y profundo, pues yo seré la luz que nos guíe hasta la victoria - sonrió de lado.
- Entonces... ¿Qué temer? - el adulto avanzado de edad se acercó al abdicador - Hazle entrega del anillo - este, cortésmente le entregó la baratija de oro con dos espadas entrecruzadas grabadas.
- Siempre supe que estaba ante una futura soberana - se arodilló besándole la parte externa de la mano - Esperamos que la buena fortuna te acompañe como lo hizo con nosotros; guardamos la confianza que nos queda en ustedes, los nuevos.
Y con lo dicho, todos los presentes alzaron sus voces para alabar a la única y prometedora autárquica.

*Las imágenes que aparecen en esta historia son tomadas de la serie "Reign", algunas pueden aparecer modificadas*