2 parts Ongoing El hedor a velas de sebo baratas y hierbas secas llenaba la habitación de Alison, un aroma que para cualquier otro adolescente sería nauseabundo, pero que para ella era casi un perfume. A sus dieciséis años, Alison veía el mundo en tonos grises y negros, adornado con la plata de sus cadenas y los destellos oscuros de su delineador. La preparatoria Northwood, con sus pasillos beige y sus estudiantes uniformados de colores pastel, era su particular infierno personal.
Alison suspiró, observando el círculo de sal imperfecto que había dibujado en el suelo de su habitación. Sus padres, seres adorables aunque perpetuamente absortos en sus trabajos, nunca sospecharían las actividades nocturnas de su peculiar hija. Para ellos, Alison solo era "un poco diferente", una fase que seguramente superaría. No entendían la frustración que hervía en su interior, la impotencia de ser la eterna marginada.
"Ya basta", murmuró, encendiendo la última vela. Había leído innumerables grimorios y sitios web oscuros, recopilando información para este ritual. Una invocación, un pequeño empujón desde el más allá para que sus torturadores tropezaran, se les cayera el helado o, idealmente, experimentaran una semana de mala suerte épica. No buscaba al diablo para vender su alma ni nada tan dramático. Solo quería un poco de justicia cósmica, un merecido karma para aquellos que hacían de su existencia un catálogo de micro-humillaciones diarias.
Alison frunció el ceño. "¿Te conozco?"
"Brad", respondió él simplemente, extendiéndole una mano fría que ella estrechó por inercia. "Brad es mi nombre".
Lo que Alison no sabía, lo que nadie en Northwood sospechaba detrás de esos impenetrables lentes oscuros, era que Brad no era un chico nuevo cualquiera. Brad era la respuesta tardía, y ligeramente desviada, a su fallida invocación. Brad era el Diablo, en una versión juvenil