Y un día te fuiste, sin decir mucho, sin decir nada,
simplemente desapareciste, así como las golondrinas en invierno,
así como el sol al terminar el día.
Y yo me quedé allí, esperándote como la orilla a las olas del mar,
como si mi mundo dependiera de ello, pero tú no ibas a volver,
y no porque no quisieras sino porque no te convenía.
No te convenía seguir a mi lado cuando mis palabras cortaban como vidrio
y mis acciones te rompían como un huracán,
porque no solo corte la flor favorita de tu jardín, sino que también podé tus ramas,
las corté de raíz y no las dejé crecer más.
Y fue ahí cuando entendiste, cuando comprendiste, que si te quedabas
ibas a destruirte, a desvanecerte, a desaparecer.
Entonces fue allí que comprendí,
que si entonces verte partir aseguraba tu libertad,
yo iba a olvidarme que alguna vez estuviste,
que alguna vez estuviste acá, llenándome el corazón de espinas,
convirtiéndome en alguien que nunca no fui.