Antes de esto tenía todo, era feliz cuando no pasaba por los problemas de inseguridad y miedo que cualquier adolescente tenía. Solía vivir con mi mamá y mi hermano, yendo cada semana a la casa de mi padre a ver a mi hermana, eramos una familia normal, separada pero normal. Daiana, mi mamá, era maestra y Luis, mi padre, trabajaba en un supermercado, porque no, mi papá no era un militar que me había enseñado a usar armas desde chica y mi mamá tampoco era policía, ni una asesina. Eramos como todos y cuando el virus se expandió no supimos que hacer, ni con las series de zombies que veíamos a la noche pudimos entender o idear un plan para sobrevivir, por eso nos quedamos encerrados hasta que la comida desapareció y en menos de dos meses nos estábamos muriendo de hambre. Salimos de nuestro escondite y con la esperanza de que íbamos a vivir, nos adentramos en la boca del lobo. Nadie quedo vivo, excepto yo.
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