-Tú no lo vales.
-Por supuesto que sí. Lo valgo. Eso y más. No valgo nada. Soy aire, nada más.
-Mírame.
-Lo hago.
-Lo haces mal. Mira a mis ojos. ¿Qué ves?
-A mí.
-Perfección es lo que veo.
Él no lo sabe. Es más… jamás lo sabrá. Jamás sabrá que sus inseguridades estarán por terminar. Pero, ¿él qué sabe? Si con una simple palabra suya su mundo se torna brillante. Se destaca. Se torna excepcional. De su mano se entrelaza la de ella, ella que se ve tan vista a hacerle creer lo que vale, aunque él no lo sepa. Y de su otra mano se encuentra el gris oscuro que se encuentra en el suelo… y esa es la gente. La gente por la cuál él se siente de éste modo. Gris. Opaco. Muerto en vida. Que alguien por favor ilumine a éste chico, y que haga que sus muñecas dejen de derramar lágrimas rojas. Que alguien por favor le demuestre que hay otro brillo más que el de la luz de su habitación. Que no está solo. Que alguien por favor le demuestre que las palabras cortan, pero que sanan. Que alguien le demuestre que hay un mundo que destaca, que brilla, y que es radiante allí afuera.
Y ese mundo lleva un nombre y un apellido.