La memoria del hombre es tan efímera, no soporta el paso de centurias sin deslavarse, por eso ha hecho a los mortales pensar que las oceánides salieron a su encuentro llenas de admiración, que se aproximaron a ella para adorar su belleza. Ignoran la prontitud con la que las nereidas quisieron alejarla de sus dominios, temiendo quizá que ella deseara hacerlos suyos y no pudieran detenerla.