-¡Sal de mi pecho!- grité sin fuerzas, lo alejé con brusquedad y no mostró resistencia alguna, estaba tan roto como yo. -Sabías desde el principio, no puedes culparme de un dolor que es solo tuyo. -No lo hago... -¿Qué es lo que realmente quieres? Él se quedó callado, era un semblante lleno de frustración y tristeza. -Daley , ya no está. -Sólo estás tú. -Así es. -¿Y que ganas quedándote? -Nada, solo me hago más daño. -Entonces...- caminó de nuevo hacia mí y miró resignado la puerta, como si esperara lo que es obvio.- Estoy harto de que todo me recuerde a ti en lugar de ella. -Y yo estoy harta de que huelas a vainilla.
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