No recuerdo quien me contó sobre una ciudad, privada del mundo, escondida entre la niebla, un lugar donde tenían la cura para cualquier enfermedad por muy mortal que fuese, con ella el cáncer parecía una simple tos. Mi estado de salud era mortal, pocos días me quedaban, así que antes de esperar a morirme en cama decidí viajar. Fueron 3 días muy difíciles, casi sin comer, dormir, y con un dolor más grande que el infierno. Esa noche llegamos a un bosque, oscuro como el abismo y sólo como la nada, el conductor de la carroza no estaba ahí, pensé que nos habíamos perdido pero un olor extraño me mareó y caí dormido. Me desperté acostado en una camilla, entre abiertos mis ojos logre distinguir a un hombre desconocido en silla de ruedas, una barba sucia y larga, una venda que cubría ambos ojos y un sombrero de sepulturero. Él me inyectó una intravenosa con suero, y lentamente, desde un frasco enorme lleno de lo que pareciera ser Sangre, una gota cayó en el suero, y con ella dio inicio a mi pesadilla personal. Desde esa noche no volví a ser el mismo. Esa noche... Esa maldita Noche Interminable