Y, aun así, en un lugar en el fondo, está el Árbol del Edén invitándome a comer de él, a abandonar todo aquello inculcado, vivir por mi propia cuenta. Sin embargo, caigo en la contradicción de que ya he pecado. La manzana me fue dada y comí de ella. ¿Acaso no eso significa el pecado cometido? Entonces estoy perdido. Ya no hay más excusa para mí. Deseo lo que sus ojos prometen, ardo por los recuerdos que sus manos dejaron en mi cuerpo. El descubrimiento será más placentero que la cúspide final.