Saxandra Todsper era una masa flexible a la que ella misma aprendió a dar forma y amasó hasta moldear una joven desquiciada y condenada a imaginar una realidad alterna a la suya. Un alma deplorable, decolorada y emocionalmente agrietada que depende de ciertas pastillas a la hora específica para ser capaz de distinguir la realidad de la fantasía. Precisamente cuatro años después de haber sido internada en un instituto donde combatieran su esquizofrenia, una vez «reparada» vuelve a su país de origen, a su casa, se rodea de familiares, amigos cercanos y conocidos. Palpa todas esas eran raíces que desconoce por completo, porque no posee recuerdos de su infancia y adolescencia. Incontables fueron las veces que se instó a recordar, no obstante, el pasado era como un archivo despejado de contenido. Sería de suponer que una vez fuera del encierro, podría disfrutar de la normalidad que al resto de la sociedad le resultaba común y concurrida. Pero habían titiriteros que movían las cuerdas de su destino, imposibilitaban que reclamase lo que le pertenecía: la paz. Cuando la detonación fue accionada y la catástrofe imparable, la única expiación de cada mensaje, el sentido de las muertes, la razón de los secretos, la revelación de las patrañas y todo eso que se desata como un huracán incontenible en el cielo de los perfectos pretenciosos, tiene un núcleo que la señala como la manzana de la discordia y se resume a todo lo que Saxandra ha olvidado.