QUIENES dicen conocerme, te mentirán. Te mentirán a la cara. Seguramente te dirán que soy una dramaqueen, de esas que al mínimo que algo se tuerce se deshacen en un sollozo exagerado y corren a esconderse del mundo al grito de "Me quiero morir ahora mismo". Seguramente te contarán que me echo eructos en situaciones comprometidas y no sin querer, que soy una exagerada de las que hacen que la gente ponga los ojos en blanco. Que soy insistente hasta aburrir y que me enfurruño en seguida. Que miento más que hablo, y que continúo con la trola a sabiendas de que ya me han pillado. Te dirán que conduzco como el culo y de forma temeraria, aunque nunca me hayan puesto ni una multa. Que soy una patosa, y ya de paso una llorica. Que cambio de conversación por el mero hecho de incordiar. Que me río con vídeos de caídas y trompazos, sea quien sea, un niño o un anciano. Te contarán que soy capaz de ponerme guapísima en un momento por si el repartidor de pizza es lo más guapo que se me va a cruzar en la vida y que al mismo tiempo, cuando quedo con alguien, tardo mis buenos sesenta minutos. Y esa es otra, que me callaré que llego tarde una hora pero sí me disculpo diciendo que me retrasé sesenta minutos, que tampoco es para tanto, siguen siendo minutos. Y todos estas mentiras jugosas no las dicen mis archienemigas (que no son una ni dos, sino tres), ni ninguno de mis ex, ni nadie que me tenga una manía profunda. Ni siquiera lo dicen los que tienen un pequeñín y minúsculo resquemor, como la de la frutería de al lado cuando le pago en monedas de dos céntimos, que es casi siempre. Te lo contarán las personas que de verdad me conocen, y lo cierto es que nadie me conoce tanto como Loren, Fredo y Raúl. Y te mentirán porque, lo cierto, es que no te han contado ni la mitad.