Jacobo pronto acaparo la atención de lo más selecto del inframundo de los que me rodeaban. Los oscuros, los difíciles, los marginales y los pervertibles, comenzaron a ser su sequito. Ninguno de ellos gravitaba en mi zona de influencia pero a pesar de ello también yo me acerque a el. Jacobo era hipnótico, o al menos lo era para mí. Todo lo que decía me parecía ley, lo que sugería lo acataba como orden, lo que proponía lo ejecutaba cual cordero. Me convertí en un delincuente, en un ratero juvenil al servicio de los caprichos de una persona desequilibrada. Desde ese momento no pude ver a Jacobo igual, o si lo veía, solo que lo miraba de distinta forma, con otros ojos, de otra manera, comprendiéndome, comprendiendo mis sentimientos. Yo lo llamaba "amistad", yo creía que era "amistad",