La vida siempre nos pone a prueba, nos pone en jaque y hace que estemos siempre en movimiento y pocas veces en descanso. En ocasiones solemos pensar que nada nos pertenece y que todo a nuestro alrededor es finito, corto, ocasional y siempre se termina. Hay días en los cuales nos sentimos muy rotos por dentro, devastados y como si llevásemos un fondo de cristal y que ese cristal se haya roto y con esos minúsculos fragmentos nos perfora cada parte nuestra y penetra en los rincones más olvidados y postergados del alma. Y duele, duele a tal extremo de que nos vemos infinitamente desvanecidos y olvidados. Los días solo son días y cada segundo, es una eterna tortura. No se sabe por dónde encarar porque todas las puertas tienen llaves y el cielo está apagado como nuestro interior, buscamos una salida, pero el cielo nos ignora. Y así andamos, buscando cada parte de nuestro corazón que se ha roto y no entendemos el por qué ni el cómo por una simple razón; no la hay. Y creo que es una prueba que todos pasamos y los que no pasamos, la debemos pasar. En los rincones más rotundos del alma y del espíritu, en los momentos donde nos perdemos, tocamos el punto donde se conecta absolutamente todo lo demás y que está en la última fila de vida, esos lugares más siniestros y dolorosos, descubrimos esa fibra que nos hace vivir día a día y de lo que estamos hechos. Y ahí nos miramos al espejo y nos preguntamos ¿Qué pasó? Nos quedamos en silencio, mientras tanto en nuestra mente se libera una batalla contra uno mismo. Y cuando uno está roto por dentro, todo lo exterior se corrompe de cierta manera. Pueden ser lugares, imágenes, recuerdos y por supuesto; personas. Hay días en donde me despierto y siento un océano de tristeza al lado de mi cama, mi único miedo es perderme allí y no regresar jamás. o Regresar cambiado y al mirarme al espejo y no reconocer quien soy.