Se acercó a mí sumiéndome en un pánico aterrador. No despegaba su mirada de la mía haciéndome presa de ella y de su belleza. Subió las escaleras y se paró justo delante de mí, casi podía tocarla, parecía tan real como el cigarrillo que se consumía abandonado en mis temblorosos dedos, sin fuerza para moverse ni un milímetro. - Así que no lo imaginé - sus manos cubrieron su boca - puedes verme. - ¿Quién eres? - Conseguí articular. - Creo que estoy muerta.
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