«Pero es que no era ningún simple desconocido y, cuando empezó a recitar, no le cupo ninguna duda: aquel chaval alto y desgarbado era el mismísimo Apolo encarnado. No existía otra explicación posible. Porque, cuando su voz inundó el café recitando algo que él desconocía, Sirius sintió por primera vez desde hacía mucho tiempo calor».
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