El chico de mediana cabellera negra sonreía maliciosamente. Ese pulcro y afilado cuchillo a punto de penetrar su pálido y desnudo torso hacia que su notable erección comenzase a doler más. -Hazlo d-de una bue-buena vez... - rogaba el azabache. La escena era demasiado excitante para aquellos dos. Silencio, oscuridad, pasión y dolor. La única luz que alumbraba la escena era una delgada vela negra colocada en algún lugar estratégico de aquella pequeña habitación solitaria y alejada de toda vida que pudiera interrumpir su preciado momento. Gemidos ahogados salían descontroladamente por los labios del de sonrisa enorme, las embestidas por parte del creepypasta más grande se hacían cada vez más rápidas, frenéticas y profundas, llegando así a dar en el punto de dulce del contrario. - Jo-joder, solo ha-hazlo. La afilada navaja amenazaba con perforar su agitado pecho haciéndolo enloquecer. El placer y la adrenalina le hacían perder la cordura, siendo así que en una de las tantas fuertes embestidas, el azabache tomara por sí mismo aquel reluciente cuchillo y empezara a clavarselo una y otra vez contra sí mismo. La sensación que experimentaba en ese momento era maravillosa. Las firmes y duras embestidas no cesaban, el extremadamente intenso dolor le hacía recordar lo miserable que era y el sentir de los litros de sangre que salían a borbotones desde el interior de su cuerpo le fascinaban. Y sin más, terminó por correrse, soltando así un ruidoso germido mientras arqueaba la espalda con las pocas fuerzas que le quedaban. Entonces finalmente sonrió, sabiendo que moriría de la manera más dolorasa y excitante posible. Pero... tendría que sobrevivir si quería vivir más experiencias como esta.