Siempre tomamos decisiones que nos cambian para bien o para mal. Muchas veces esas decisiones implican promesas que a muy duras penas se logran cumplir o que simplemente se cumplen muy fácilmente, en este caso me refiero a Lois, que después de una larga amistad con su mejor amigo y hasta el día en que él tuvo que mudarse le hizo la promesa de esperarlo y no tener un nuevo mejor amigo, e igualmente él le prometió que regresaría muy pronto y con 8 años de edad, ambos niños se despidieron. Pero, como dije anteriormente; unos si cumplen sus promesas y otros no. Pasaron uno, tres, seis y hasta ocho años y ese pequeño niño travieso que solía compartir su helado de vainilla con su mejor amiga jamás volvió. O al menos si lo hizo pero ya no fue lo mismo ni para ella ni para él. Lois si cumplió su promesa , o al menos la siguió cumpliendo hasta que se cumplieron ocho años y se dió cuenta que era tan patético esperar a su ex-mejor amigo como esperar a que llovieran diamantes del cielo. Dos años de resignación no son lo mismo que ocho años de espera y eso Lois lo sabía muy bien porque aunque haya tenido dos largos años para superar y olvidar a su antiguo amigo solamente le tomaron ocho segundos para enterarse que ese pequeño travieso había regresado de nuevo al pueblo.