Sam es amante de la lectura y el internet, cuando no está en la universidad, alguna sesión fotográfica o pasarela, se la pasa pegada a su lap, si no es leyendo, buscando nuevas historia que leer o intercambiar, en una de esas ocasiones, se encontraba leyendo la crítica de un libro en un foro en donde se hacen resúmenes, opiniones de series, libros, criticas, etc., donde se aborde el tema lésbico, es muy raro que ella dejé comentarios, solo se limitaba a ver y leer, pero en esa ocasión hizo un comentario acerca de unas historias que había leído, en donde las protagonistas, se parecían mucho en sus rasgos físicos a las protagonistas de una reconocida serie....claro en ese entonces era una ignorante respecto a la existencia de los ubers... puso unos títulos de las historias que tenía y su mail, para saber si alguien estaba interesada en hacer algún intercambio. Y vaya que recibió un cambio, y esta se llama Alex.
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Alex pensó que su relación con Laura seria para siempre. El día en que le iba a proponer matrimonio, fue el día en el que Laura le dijo que se marchaba a estudiar al extranjero, a Alex se le rompió el corazón, creyó que jamás volvería a tener una relación hasta que conoció a Elsa, no la amaba como a Laura, pero se sentía bien a su lado y la quería mucho, hasta que se enteró que la engañaba y se volvió a lastimar su ya roto corazón. A partir de ese momento creo una barrera impenetrable, no permitiría nuevamente que la lastimaran y decidió enfocarse en el trabajo.
Para desestresarse un poco del trabajo y cuando no podía salir de la ciudad en su motocicleta, leía fics y ubers. Hacía ya un tiempo buscaba un libro en especial, en una página encontró un comentario de una chica, en donde ponía una lista de libros que tenía y entre ellos estaba el que Alex buscaba -Que suerte-Pensó y vaya suerte, porque encontraría lo que no buscaba y llevaba por título... Sam.
Aún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha.
No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera Verde del río Hudson, mientras el aire no le alcanzaba los pulmones, sólo podía pensar en ella y en que, si ése era el precio por haberla tenido, una y mil veces que volviera a nacer, una y mil veces se ofrecería a esa tortura por volver a tenerla.
El dolor físico no importaba. Era peor el del alma, el que le provocaba saber que ella la quería apaleada, rota por fuera y por dentro, hundida; y tal vez hasta la quería muerta.
Y en esa cruel agonía encontró su único y desgarrador consuelo. La complacería.
Moriría para complacerla una última vez.