Ella, cansada, miró a la ondeante e incansable mar, danzando bajo sus pies con un vaivén acompañado de la suave brisa del viento. Su compañera, una copia idéntica a si misma, con solo leves diferencias casi imperceptibles, se adentraba en el abismo que suponía ese espejo distorsionado de la realidad. Lágrimas recorrían sus mejillas al ver que no podía evitarlo, pero así debía ser. Nunca nadie debía conocer ese recóndito lugar. Algo así, solo causaría la mayor destrucción para su mundo, y quien sabe si también para el opuesto. Habían evitado un caos, a costa de perder varias almas. Esa réplica no volvería a verse, esas fueron sus palabras antes de volver a su hogar. Probablemente, era lo mejor.