Daniel Guzmán era un filólogo de lenguas muertas que llegó a Chile el año 1999. Su departamento estaba ubicado en el sector poniente de Santiago, un lugar modesto y sin mayores problemas, un lugar muy tranquilo. Sin embargo, al poco tiempo comienzan a haber problemas con el departamento: ruidos extraños, voces misteriosas, trabas en las puertas y hasta un agujero que se forma de la nada. Todo esto, sumado a una complicada vida sin empleo y sin dinero, hacen que la vida de Daniel sea una enorme tempestad.