El contacto del agua fría con su piel cálida, era casi maravilloso. Los peces seguían acercándose a ella como un imán, danzando a su alrededor. Cuando, de repente, gritos atronadores se escucharon a lo lejos. Pero esas voces eran totalmente desconocidas. Inmóvil, miro en dirección del gran bullicio. Una sombra emergía de entre los frondosos árboles. Una silueta que se elevo a una altura de más de dos metros, aun recóndita en la oscuridad. Ella la observo con ojos abiertos como platos, pensando que se trataba de un oso negro, como el que su madre siempre narraba en sus historias; negros y feroces, con garras y colmillos afilados. Dos cuencas profundas, mirándote con odio.
Pero aquella silueta no pertenecía a un oso.
Era algo peor.