El viento transporta tu esencia entre el calmado rocío tornasolado, cuál entre los Alpes se desliza, mientras los cúmulos suspirantes arroban tu lirismo. Se dirige sin adversidad entre el céfiro de la primavera, hasta lugares entrañables para el pensamiento, y adviene dónde los confines térreos tienen su morada, rodeas la pintoresca Isla de Capri, y también te enlazas al ambiente fantástico de la Gruta Azul. Ante tu donosura, ¿quién no sucumbirá? Sólo permaneces influyendo cada vez en más conglomerados hasta que desciendes cómo el crepúsculo y huyes a una morada oculta, cae la oscuridad, y ahora es cuándo los poetas se acongojan, y se advierte su canto desesperado, cuál en el papel se plasma de inmediato, y solamente aquello puede ser consuelo al literario, pues sí ante algo es débil el hombre, ante nada cómo lo es a la noche. Entonces emerge nuevamente tu alma con la aurora. Bienaventurados los que proceden a admirarla, pues ésta es alma valerosa y decidida con pasos de ímpetu, es la musa de bondadoso espíritu, abierto, y compasivo. Pláceme decir que es cómo el agua inestimable, su presencia irremplazable. Concluyendo oh musa mi canto hacia tu vehemencia, exclamó de mi corazón los versos de mi admiración, ¿acaso no son por aquesta mirada que destila, desde el pistilo hallado en tu pupila, la alegría viva, el delirio de tu cordura, y gracia, tu gracia inescrutable. Para todas las musas del aire que adornan el plano etéreo. Santiago Bedoya