Dícese de la lluvia fina que azota los cristales de las ventanas en días de febrero que no tienen final. En noches de octubre cuando nada importa, o en las mañanas de julio, cuando te das cuenta de que lo importante es el hogar. Dícese de cada una de las gotas de agua que resbalan en las capuchas de los niños y en los paraguas de los ancianos. Dícese del conjunto, que tranquiliza y adormece, incluso llega a enamorar y a crear más que a destruir. Como aquel día de octubre donde nació la vida, las suyas. A ritmo de la lluvia fina que hoy, ha dejado de azotar los cristales porque han dejado de tener miedo.