Me robaron a mi Juana en las catacombas de la ciudad, y en las mismas catacombas encontré otra niña callejera. Sola, perdida entre el tronar del metro que entraba en la estación y el barullo de la gente que se acercaba en tropel dibujando un gran arco alrededor del círculo de mendigos que rodeaban a mi niña. Era como si hubiera visto un fantasma, se asemejaban como dos gotas de agua. Desde entonces he vuelto cada mañana. No volveré a perderla.
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