Allí me encontraba. Mi largo cabello estaba corto. Mis delicadas y largas uñas, las cuales siempre llevaba pintadas de hermosos colores, cortas e incoloras. Mi pecho, vendado. Ya no podía mostrar mis piernas. Tenía un pantalón largo, el cual me resultaba realmente incómodo. La camiseta me quedaba grande, al igual que el chaleco que tenía sobre esta. Suspiré. Estaba irreconocible.
Lo que más detestaba, era haber tenido que cortar mi cabello. Lo había cuidado y dejado crecer durante tanto tiempo. Lo tenía por la altura de mi cadera y ya no pasaba mis hombros.
Estaba en una nueva ciudad, debido a que mi padre quería que estudiase en la misma escuela que él, pero estudió en un pequeño pueblo alejado de todo. No tenía problemas en cambiarme de escuela, pero, omitió un pequeño detalle… soy una chica… y el “Sweet Amoris”, es un instituto ¡Solo para chicos!... y no solamente eso, sino que también era… ¡Un internado! Así que tendría que convivir con los chicos día y noche.
Ese día, comenzó mi aventura disfrazada como un chico. Todo por complacer a mi padre.