El primer día que vuelve a las clases de Oclumancia es como iniciar un descenso a los infiernos. Las paredes húmedas de las mazmorras se ciernen sobre él mientras sus pasos, callados y taciturnos, remolcan un eco desvaído por los pasillos del castillo. Se detiene un momento frente a la puerta del despacho de Snape, conteniendo la respiración y preguntándose por centésima vez si esto es una buena idea. Cuando encuentra el valor para entrar en la habitación, una fuerte sensación de dejà vu se arrastra por su estómago. Nada ha cambiado en el último año. Ni el olor, ni la luz, ni ese efecto opresivo que ya casi había olvidado.