Daniela tiene treinta y un años, es redactora en una revista literaria, vive en París y lleva cinco años con Léo en una maravillosa relación. Sin embargo, su mundo se tambalea al recibir un mensaje.
********
No puedo recordar el número de veces que he tecleado la respuesta para después presionar la tecla delete. Podría pensar en una media, eso sí. A lo largo de la semana he abierto diariamente el mensaje una vez cada veinte minutos, teniendo en cuenta que duermo seis horas, nos deja un total de dieciocho horas de escrutinio, multiplicado por tres, cuyo resultado ha de multiplicarse por el número de días, siete. No quiero saber el resultado. No, no, no. Yo soy de letras. Es la prueba epistemológica de lo patética que eres. Cómo odio sentirme así otra vez. ¡Yo ya te había superado!. Actué así porque era una cría de quince años que no sabía nada de la vida y que no se hacía valorar.
¡Mierda! ¿ De verdad, Daniela? ¿Estás volviendo a discutir con él en tu cabeza? Es más ¿Estás hablando contigo misma en tercera persona? Todo esto es un capítulo cerrado de tu vida. No tienes por qué contestar su mensaje. ¿O qué quieres, que vuelva a arruinar tu vida? Porque bueno, es cierto que ahora tienes treinta años, que tu vida actual podría ser la envidia de muchas mujeres, pero seamos realistas: este maldito bastardo te destrozó ya una vez y además disfrutó pisoteando las cenizas. Por muy feminista independiente que te consideres, gracias a él sigues avergonzándote de lo mucho que te has arrastrado por un tío en tu vida. Pero por otro lado tengo tantas ganas de darle un guantazo con mi vida. Quiero que vea lo bien que estoy sin él y lo lejos que he llegado. Lo que se ha perdido. Sé realista; sólo quieres restregarle por la cara que ahora con treinta vales quince veces más y estás quince veces más buena. Sí, es cierto. Quiero que vea lo que se ha perdido, pero eso sí que es patético ¿No? Necesito un descanso.