Desde que tengo memoria, mis padres jamás me hicieron ver la vida como un cuento fantástico. No porque no creyeran en la eterna felicidad, tampoco porque hayamos estado en una constante tristeza y desgracia. La razón siempre fue clara para mí y mi hermano mayor, Benji. El mundo estaba enfermo, cada día un humano se volvía más loco que otro, entonces, ¿por qué esperar a que hubiera algún final feliz si la humanidad ya estaba convirtiéndose en una monstruosidad? El ser humano se caracteriza por ser ambicioso, por querer poder, y conseguir algo que en siglos anteriores nadie pudo. Es un juego vicioso, tal como un agujero negro, dónde entras y luego no puedes salir. Así fue como la semilla se plantó: un puñado de personas con ambición y poder, dentro de un laboratorio. Y mi padre fue uno de esos.
3 parts