GUGL

Viajamos al trabajo con las indicaciones del mapa, recibimos la información del vuelo que estamos por tomar en el teléfono, nos llegan sugerencias de amigos y publicidades con un timing impecable. Consultamos horarios de apertura y cierre de negocios, el tránsito, el clima, las calificaciones de otras personas a los lugares que estamos por visitar, hasta el hecho de buscar trabajo se transformó: de hacer largas colas tras leer un anuncio en el diario, pasamos a crear un perfil en una red social y postularnos online. Nuestra calidad de vida mejoró sustancialmente respecto de hace no mucho tiempo atrás. ¿En cuántas cosas nos volvemos felizmente dependientes de la tecnología y qué precio estamos dispuestos a pagar por ello?

Hay una disyuntiva entre los beneficios tecnológicos y el costo. Un costo inevitable, silencioso e inofensivo (o no) que terminamos pagando: información. Este cuestionamiento define la proyección a un futuro distópico encarnado en Laila, una nena que se convierte en mujer y va transitando un camino lleno de ideas contrapuestas y situaciones siniestras. Se cruzará con el amor y el olvido en un futuro en el que la tecnología es parte del organismo y se convierte en el próximo paso de la evolución como especie. Se verá obligada a salir de la burbuja confortable en la que nació, al caerse la cinta que cubre sus ojos y encontrarse ante una realidad hostil que desconoce, pero que, poco a poco, se transforma en algo diferente. La percepción define la forma de las cosas y no existe la posibilidad de elegirla. El lente a través del cual vemos el mundo nos es impuesto y, particularmente en esta distopía, ese lente no es azaroso, está perfectamente calculado para cada individuo determinando a la sociedad en su conjunto.