MI ÚNICA EXCEPCIÓN

Medow había llegado a un punto en su vida en el que la esperanza se le escapaba entre los dedos, como agua que no se puede retener. Creía que todos los que se acercaban a ella terminarían marchándose, que nada era permanente, que las promesas eran solo palabras vacías. La idea de que nada duraba para siempre se había arraigado en su corazón, dejándola en un estado de constante desilusión.

Pero todo cambió el día que conoció a un chico nostálgico, alguien que, sin saberlo, le ofrecería lo que ella pensaba perdido: la esperanza. Él es un joven apuesto, solo un hombre solitario que dejaba frases escritas en servilletas, palabras dispersas que desechaba como si no tuvieran valor. Sin embargo, para Medow, esas frases eran destellos de luz, pequeñas revelaciones de un alma inquieta. Lo que él no sabía era que sus palabras, simples pero llenas de significado, comenzaban a reavivar en ella algo que había estado dormido por mucho tiempo.

A medida que el tiempo pasaba, Medow comprendió que la vida a veces tiene formas inesperadas de sorprendernos. Que no todo está escrito en piedra y que, en ocasiones, vale la pena hacer excepciones.