Había un café en aquella esquina, escondido y algo maltratado. La pálida pintura amarilla se aferraba a la madera gastada de manera uniforme, a pesar de ser un lugar viejo, alguien lo había alquilado recientemente al parecer, e incluso había ido lo suficientemente lejos como para pintarlo e intentar hacer que se viese algo decente. Repitamos, intentado. De todas formas, dejando a parte su exigencia con los restaurantes y su comida, la lluvia era demasiada y el hambre le podía más que todo sus reniegos, por lo que corriendo con todas sus fuerzas mientras su cabello iba pegándose cada vez más a su rostro, entro a aquel café, haciendo sonar aquella leve campana en la puerta.