16 de julio de 2020. Un señor muy importante para mí decidió quitarse la vida de la manera más salvaje posible, dejó a un lado suyo una nota que decía: "mi esposa e hijos saben por qué lo hice". Aún puedo recordar el olor a putrefacción que invadió aquella habitación oscura, no se borra de mi memoria las paredes manchadas de su sangre. Alfredo murió de la única manera que conocía, atrozmente. Y a pesar de los gritos, las maldiciones y su escasa capacidad para hablar por la droga consumida, sé que él era más que eso, más que esa última imagen que tengo de él en vida. Mi abuelo era más que aquellos 16 pinchazos en el estómago, más que la navaja con la que decidió arrancarse la piel, mucho más que la cuerda sujetada a su cuello, más que aquel cuerpo frío y tenso que reposaba sobre una silla del comedor. Alfredo era mucho más de lo que él deseaba mostrar. Y a mí, su nieta, solo me queda el silencio y consumirme en el hubiera, unas últimas verdades expuestas a modo de carta, que deseaba que él en algún momento leyera. Lamentablemente, no sé si para él o para mí, ya era demasiado tarde.