Helena podría definirse a sí misma como una chica bastante fácil de leer. Sus pensamientos, acciones y sentimientos eran tan marcados que cualquier persona lo suficientemente curiosa como para detenerse a observarla, podría «conocerla» con tan solo una mirada.
Pero no es que ella se quejara de ser así, pues le encantaba ser predecible. Se amaba a sí misma tal y como era; con sus virtudes y sus defectos. Al fin y al cabo, su vida le gustaba.
Poseía dos mejores amigos que, sin meditarlo dos veces, le confesaron sobre sus «peculiares» preferencias sexuales el mismo día, aturdiéndola un poco ante tan fuertes y sorpresivas declaraciones.
Por un lado, su mejor amigo Tom, Tommy para sus amigos, se declaró a sí mismo como bisexual. Por otro lado, su mejor amiga Mirella se declaró a sí misma como una muy orgullosa lesbiana. Desde ese momento, los tres se convirtieron en un inseparable trío de mejores amigos.
Poseía también un novio, unos padres y un gran grupo de amigos que la amaban con locura.
Los viernes, desde hacía algún tiempo, el gran grupo de amistades solía tomar como tradición reunirse en la casa de alguno de ellos para pasar parte de la tarde y toda la noche, aprovechando que al día siguiente no habría periodo lectivo.
Así, ese viernes tocó celebrar la reunión en la casa de su mejor amiga Mirella.
Esa noche por ser la anfitriona, Mirella propuso que jugarían a «verdad o reto», un juego que a pesar de los años que hacía que fue creado, parecía seguir causando el mismo furor cada vez que era mencionado. Además, por ser mayor de edad, gozarían de un poco de alcohol con el que animar el ambiente. Ese día, Helena supo que algo no volvería a ser como antes, pues la suerte nunca estaba de su parte cuando se trataba de esa clase de juegos. Y, además, porque jugar a «verdad o reto» nunca traía buenas consecuencias.
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