Él era un hombre magnífico, un literato, el escritor más famoso de la época. Tenía al mundo entero a sus pies. Las damas no podían evitar soltar un suspiro al verlo pasar y más de un caballero tenía problemas para apartar la mirada de él y de sus encantadoras posaderas. Era rico, excéntrico, carismático, singular, único, maravilloso, casi irreal... En pocas palabras, él era: Un playboy perfecto e inalcanzable para mí. ¡Oh, Lord Byron! ¡Qué no daría yo por gozar de uno de sus dulces besos! Por desgracia, como ya he mencionado, él era alguien que jamás se fijaría en mí. ¿Cómo iba a hacerlo? Yo era una simple criada. Todo mi mundo se limitaba a limpiar y cocinar. Mis padres habían muerto hace ya unos cuantos años, estaba completamente sola en el mundo. No tenía expectativas ni esperanzas en la vida. ¡Con diecisiete años recién cumplidos ni siquiera estaba prometida! No contaba ni con un mísero pretendiente. Mi vida estaba destinada a la desdicha y a la más absoluta miseria. Pero todo eso cambió cuando comencé a trabajar para él. Podía pasarme más de dos semanas sin dejar de sonreír tras verle caminar por uno de los pasillos de su grandiosa mansión. Él era la luz que iluminaba mis días, la razón por la que me levantaba por las mañanas, el que aceleraba mi corazón de manera casi peligrosa. Él era mi crush. Trabajando para él sentía que si moría, moriría feliz. Con eso me bastaba, nuestros destinos ya se habían cruzado. Me daba igual que él no fuera a saber de mi existencia nunca. Yo le admiraba, soñaba con él y le dedicaba tres padres nuestros al día. Pedía a Dios que le ayudara en todo cuanto pudiera ya que ante mis ojos era más bueno que cualquier ángel que habitase el cielo. Jamás imaginé que alguien como él, que parecía estar esculpido por manos del más habilidoso de los artistas, fuera a ser un vampiro.