Un muchacho que no aprendió a vivir nace de una vivencia con un joven que se veía triste, desorientado y con poco interés por situaciones y cosas que a otros jóvenes de su edad les atraían. En conversaciones observé que necesitaba atención, afecto, pues la carencia de estos sentimientos en los tiempos de infancia y adolescencia lo había marcado y agriado su carácter. Escribo esta historia como una reflexión para tantas personas, llámese madres, padres, hermanos que dan poco valor al afecto, al cariño, a la manifestación de éstos con un abrazo, un beso y llegan a verlo como una debilidad. No saben cuán importante es para cualquier ser humano sentirse parte importante de un grupo, ser considerado valioso en el seno de la familia.