La niña sonrió satisfecha. Tras mucho rebuscar en el cajón de su mesilla al fin había dado con aquello que necesitaba. Sintiéndose algo más tranquila, e ignorando el ulular del tempestuoso viento del exterior, se escondió bajo las sábanas de su cama; y tras encender la linterna, abrió el viejo libro que le había regalado su tía varios años atrás. Dirigéndose al índice se dispuso a buscar una lectura que la acompañara en aquella noche de insomnio. Laura sabía que, en aquellas amarillentas páginas, siempre encontraba una nueva historia que le ayudaba a conciliar el sueño.
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