«No hay nada peor que la oscuridad. No ver aquello que puede estar a un centímetro de tu cara, respirándote en la nuca, o sonriéndote desde una esquina... Es terrorífico. »
«Siempre he imaginado mi muerte en el mar, cayendo lentamente hacia el fondo como si fuese una roca. Por desgracia, mi cuerpo flota, y le tengo pánico al agua.»
«El miedo me acelera el corazón. El amor también. No me pidas que los distinga.»
«¿Qué sientes por mí?»
«Lo siento.»
Los días de terapia nunca han sido los favoritos de Leo. Lo único que le entretiene allí es ese chico callado de ojos rasgados, que parece mucho mayor de lo que seguramente sea.
Hace años que no se habla con su madre, y su padre... Prefiere no hablar de ello.
Suele volver a casa tarde, y odia llevar el teléfono encima. De todas formas, nadie le llama, y nadie le espera. Su cabeza es un universo a parte, nunca hay silencio, y el sonido de las olas le tranquiliza.
Observa el mar como el que mira una pistola. Mortal, hermoso, triste, profundo. Jamás se atrevería a meterse.
El puerto es su lugar feliz.
El mundo es un lugar oscuro para Ángel, y sin embargo, la luz al final del camino le produce pánico. Odia el silencio, y también el ruido. El tiempo le persigue, y es incapaz de sacar a la misma persona de su mente: La chica cuchillo que solo supo dejarle heridas abiertas.
La terapia nunca le ha ayudado y se siente culpable por hacer a su madre pagar. Por él. Por todo.
Ha buscado consuelo al fondo de una botella, y al final de un cigarro. Echa de menos los abrazos sinceros, y aún así, prefiere evitarlos.
La soledad le cubre como un manto de hierro.
Leo y Ángel se han visto al borde de muchas cosas, pero saltar ese acantilado resultaría tan doloroso que prefieren seguir ahogándose en el aire, presas del tictac de un reloj, atrapados en silencio hasta que alguno de los dos se atreva a hablar.
Creí en el amor a primera vista cuando te vi
Randy y t/n se enamora a primera vista en un fiesta sorpresa pero ambos no quieren aceptar asi que se odian al inicio