Alemania, 1986
El perturbador silencio del bosque la abruma, hay quizás dos personas corriendo, o quizás más
-no escapes princesa, no esta vez
Le susurra el hombre de sombrero negro, abrigo grueso café, quien le resulta tan familiar, pero hay algo más, algo oculto.
Ella trata de aumentar la velocidad, su corazón la amenaza del puro cansancio, a ella no le importa ir casi desnuda, sus pies chocan con las espinas de las rosas tiradas, los maniquíes miran, quizá asustados, quizá sabiendo qué pasará.
Unas carcajadas sombrías resuenan en la oscuridad de la luna, y el bosque se estremece y las estrellas iluminan con un tenue ardor la estancia, los búhos se perturban y empiezan su canto, ella mira atrás en un intento desesperado de localizar a su padre, tan solo ve una sonrisa sádica, mientras el cuchillo destila sangre, su rostro sombrío y la barba de hace días le sobresalen, levanta el cuchillo de su mano izquierda y lo apunta a ella, quien desesperada corre y corre más, en su último intento de escapar.
-dime donde estás y te mataré -empieza a cantar Henry Asterberg- y susurros te diré -su voz es suave y calmada mientras camina en busca de la chica- oh señorita, déjame verte y buscarte, prometo amarte -canturrea el hombre.
La chica, quien con pánico se esconde detras de unos arbustos y árboles, trata de mantenerse camada, temiendo que pueda escuchar su respiración, escucha a lo lejos el tarareo de la canción, la canción que lleva años escuchando, años temienola. De repente el hombre aparece detrás de ella, la toma de la cintura y la grira.
-oh preciosa, no te escuendas de papá -alza la comisura de su boca.
Ella grita, grita con todas sus fuerzas.
Las hojas de los árboles se mecían con el suave viento que soplaba en aquel bosque. Cada árbol parecía ser más grande que el anterior a medida que me iba adentrando en aquel bosque el cual en más de una ocasión me habían advertido ni siquiera lo mirara. Pero como muchos deben saber, la curiosidad es grande y por eso es que me encontraba allí, caminando a pasos lentos e inseguros hacia un lugar que desconocía por completo. Admito que me encontraba asustada, mis manos temblaban y mis piernas me advertían a cada paso que pronto me desplomaría como si me tratara de un árbol cuando es cortado. Sin embargo ya no había nada que hacer, ya había ingresado y sabía que salir sería incluso más difícil de lo que fue decidir entrar a aquel bosque. Me sentía tan tonta, me había mostrado tan segura antes de entrar y ahora estaba temblando como si mi cuerpo fuera hecho de jalea.
Quizás entrar no fue una buena idea...