No tengo hogar. Ni mi casa es mi hogar. En ningún rincón hay paz, da igual que lo decore, que huela a canela, a café por la mañana, que tu cepillo de dientes esté junto al mío, que haya una foto de cuando éramos una familia en la mesilla. Y lo acepto, no pasa nada. Y por eso no me entrego, porque no soy quién para imponerte la deriva de mi viento. La estabilidad hace mucho a las personas, y por lo sano de lo que te quiero te la dejo, porque no te mereces que yo sea la persona equivocada con la que acabar. Y tengo mucho que dar, mucho que querer, sé querer muy bien, pero no tengo puzzle, no hay pajar. Y no pasa nada. Se asume y punto.