Londres, 1941. Podría haber sido antes, porque seis mil años dan para mucho, o incluso después. Y es que los restos chamuscados de una iglesia, en plena II Guerra Mundial, no es el lugar más idóneo para darse cuenta de que llevas milenios enamorado de ese demonio que te invita a cenar al Ritz y te pasea en su Bentley a ritmo de Queen saltándose todos los límites de velocidad. No es el lugar más apropiado en absoluto. ¿O sí?