Antes mi vida era sencilla; una familia, unos pocos amigos, una rutina que se repetía inexorablemente, una vida...
Todo aquello cambió. Nadie supo ni cómo ni por qué, pero pasó. La humanidad perdió sus derechos, como de un día para otro todos fueron esclavos de unos seres que decían que la Tierra les pertenecía y todo lo que había en ella. La gente no se resistió, eran demasiado fuertes y dominantes como para discutirles. Primero se hicieron con los gobiernos, todos los del mundo. Fue relativamente sencillo: aquellos que se oponían eran aniquilados, tanto sus gentes como el área geográfica en el que estaban.
La gente no se resistió.
Quedamos pocos libres, libres de los campos de concentración que recordarían a los de la II Guerra Mundial, libres de su dominación y su opresión. Sin embargo estamos incomunicados, separados, dispersados y aislados. A quienes nos encuentran tenemos dos destinos, dependiendo de nuestros géneros: hombres, asesinados in situ o llevados a los campos de trabajo y minas; mujeres, asesinadas, si eran peligrosas o de avanzada edad, o prostituidas y tratadas como esclavas sexuales si eran jóvenes y sumisas. El destino era desesperanzador y agónico.
No luchamos, no reivindicamos, no nos levantamos. Huimos y nos escondemos, no hay más opciones, no tenemos otra opción. Si nos encuentran estamos sentenciados. No hay zona segura, no hay refugio, solo nos tenemos a nosotros mismos. No podemos ni debemos confiar en nadie y cuando digo nadie es nadie...All Rights Reserved