«A medida que pasaba la semana traté de convencerme de que no importaba, pero el jueves me sentía más confundida que nunca y aborrecía la idea de ir a la escuela por miedo a lo que fueran a hacer o decir.
Siempre me gustó la escuela pero, de pronto, me parecía una tortura que me veía obligada a soportar. Lo único que quería era llegar al final del día para poder irme a casa. Hacía lo posible por no cruzarme con ellas… apenas yo llegaba, todas se callaban con aire culpable y a veces se reían.»